jueves, 19 de junio de 2008

Yo soy perfil bajo

La única vez que me he descubierto sonámbulo desperté a una cuadra de mi casa rumbo al puesto de periódicos. Eran las cuatro de la mañana de un día sábado de la primavera del 79. Reí y regresé a la casa, hasta llave había sacado. No me sorprendió despertar en la calle, de madrugada y sonámbulo, rumbo al puesto de periódicos. Han pasado 28 años de eso, yo tenía doce.
De niño, los sábados y los domingos me levantaba feliz a comprar los periódicos: El Comercio, La Prensa, Ultima Hora y La Tercera. Era de los primeros clientes, a las 7 o 7:30 de la mañana ya estaba en el puesto frente al canillita haciendo mi pedido. Me encantaba. Desde que pude leer, pasaba toda la mañana de los sábados y los domingos con mi padre, en su cama, leyendo noticias.

Veintiocho años después, hoy también es sábado. De los periódicos que compraba en la década del 70 sólo queda el Comercio. Ya lo leí. Sigo saliendo temprano a comprarlos. Leer los titulares de las primeras planas colgadas sigue siendo uno de mis placeres matutinos y la conversación con el canilla, la primera charla lúcida de la mañana.

II

Me gustaría que mi caso sea el de un canillita, le dije al editor de este libro, puede graficar lo que me estás pidiendo.

III

Conozco a Lolo Padilla desde cuando me mudé a Diego Ferré, en el 95. Lolo era mi canillita y el amigo con el que cada mañana me echaba un par de bromas. La última vez que lo vi, hace unos meses, me preguntó por M, mi amigo y vecino, de viaje en Europa, su cliente.

- ¿Sabes si ya regresó?
- No, pero ya falta poco. He hablado con ellos y vienen a fines de octubre – le dije.
- ¡Qué bien!, ¿siguen en Europa? – pregunta.
- Si, siguen, M ya acaba su maestría, R está estudiando inglés y tomando fotos. ¿Por qué?
- Yo tengo un par de hermanas allá, la verdad, hermanas y muchos primos.
- ¿Y M las conoce?
- No, no, no le he contado.
- ¿Entonces?
- Lo que pasa es que cuando M se fue, quedó un saldo de su cuenta.
- ¿Te debe plata?
- No, bueno, sí…, o sea, él no, él es un caballerazo, el que me ha metido cabeza es el conserje de su edificio.
- ¿Cirilo?
- No, Cirilo no, el conserje del edificio de Barranco, cuando él se mudó yo le llevaba los periódicos a Barranco.
- Asú -le digo-, ¡te enamoraste del chato!
- No, bien buena gente, compraba bien, valía la pena ir hasta allá. Pero M le dejó el billete al vigilante del edificio y el vigilante me ha tonteado durante un año ya, entonces cuando venga M, quiero que el mismo lo apriete.
- Seguro lo hará, yo te aviso Lolito o ¿quieres su mail? – le dije yo, ya despidiéndome.
- No, no, mail no. Ya cuando venga lo visito.
- Perfecto.

Dos hermanas en Europa, muchos primos, qué gracioso, como mi familia –pensé-, más de la mitad de mis primos están en San Francisco.

IV

Hace 28 años, Lolo también se despertaba temprano. En realidad, un poco más temprano que yo. Para ser precisos a las 4 a.m. Se trepaba a la moto de su tío y se agarraba de su espalda. Desde ahí repartía los periódicos por Miraflores.
Lo hizo desde los 7 años. Los siete días de la semana. De lunes a viernes, hasta las 7 a.m. y luego se alistaba para ir al colegio. En esa época arrojaba los periódicos sin bajarse de la moto. Las casas miraflorinas tenían amplios patios en la entrada y no había temor a que pasará alguien y se levante el diario ajeno.
Los sábados y domingos, luego del reparto se quedaba en el quisco de su tío, todo el día. Aprendió a ganar dinero y ser independiente. Ganaba el equivalente a veinte soles diarios.
Hoy hace lo mismo pero ya no hay ese tipo de casas en Miraflores, va edificio por edificio y deja el Comercio en sobre sellado y con el nombre impreso del suscriptor, ahora hay mucho choro, dice.

V

Lolo estudió primaria y secundaria en dos colegios públicos de Miraflores, su barrio. De chico sentía roche de ser el canillita del barrio. El sentía que la economía de su casa era limitada, que había necesidad de un mayor desarrollo económico y profesional. Le hubiese gustado que su familia no tuviera ese negocio sino que fueran empleados de alguna empresa o burócratas.

- ¿Eran pobres? – le pregunto.
- No se, ahora no se, en ese momento yo creía que era pobre. Pero comíamos bien, bistec. Incluso con mucha frecuencia nos íbamos a comer un Carioco.
- ¿Carioco? – Le pregunto.
- El Carioco era una pollería a la que íbamos con la familia – responde. Mi padre vivía el día. Lo que ganaba en un día se lo gastaba el mismo día. Cada mañana comenzábamos de nuevo de cero. Además le gustaba su trago.
- ¿Te sentías mal de ser canillita?
- Creo que si, por chibolo, me daba vergüenza. Yo vendía en mi barrio y no me gustaba que me señalen como canilla. En el Perú la sociedad es muy despectiva, somos racistas y no sólo por la raza sino también por lo económico.
- Pero por lo que me cuentas, ustedes siempre tenían dinero.
- Si pues, pero, por ejemplo, en navidad los clientes me regalaban comida, ropa. Seguramente pensaban, pobrecito el canillita.
- ¿Y tú que hacías?
- Nada pues, no decía nada, qué iba a decir, “no me regale…”, perdía tiempo.

VI

La madre de Lolo le compró al tío el puesto de venta de periódicos en el año 80. Lolo terminó sus estudios escolares en el 83 y gracias a una invitación de su tía se fue a vivir tres años a Huánuco. Sus padres no querían que se quedara con el negocio de venta de periódicos. Para ellos eso no era progresar y ellos querían que progrese.
Él, por su parte, quería estudiar medicina en San Marcos, pero mientras hacía los intentos por ingresar, estudió tres años de ingeniería industrial en la Hermilio Valdizán de Huanuco. Luego se trasladó a Lima y concluyó de ingeniero en la Federico Villareal. Nunca logró ser doctor y apenas por unos años fue Ingeniero.

- ¿Qué pasó? – le pregunto.
- Me pagaban pésimo, acá porque eres joven la gente cree que puedes vivir del aire. Tuve buenos trabajos, interesantes. Pero me pagaban pésimo y yo sabía cuanto podía ganar siendo canilla. En el 93 mi padre tuvo una crisis fea de alcoholismo y lo tuvimos que internar largo tiempo. Ahí cambió mi vida, mi madre tuvo que cuidarlo y me encargó el quiosco. Se lo compré en el año 94. Nunca más volví a ser ingeniero industrial.

VII

Es sábado y me queda poco tiempo para la entrega de este material. Salgo de mi casa en busca de Lolo. No lo encuentro en su puesto. Me jodí – pienso – estoy con las fechas de entrega encima. Hablo con la niña que está encargada del puesto. Se nota que no es de acá. No se que le digo pero logro que me de la dirección y el teléfono de Lolo. Queda acá nomás - me dice - a dos cuadras y media.
Toco el timbre. Me recibe Lolo sonriente. Sale. Acá vivo me dice. Le explico y le pido que me regale un rato de su tiempo. Necesito saber de su vida. Por primera vez voy a preguntarle acerca de cómo vive.

- No puedo ahora – me dice- tengo una reunión. ¿Podemos hablar en una hora?
- Uy Lolo, no seas así, te llevo y conversamos mientras esperas y luego seguimos.
- Ok, vamos.
- ¿Dónde vas?
- Aquí a la Angamos.

Llegamos, Lolo abre las puertas de unas rejas.

- He comprado esta casa, el primer piso es mío.
- Caray, que bien, le digo. ¿Cuánto has pagado?
- Todo me ha costado 70 mil dólares. Pagué 50 mil al contado y tengo un financiamiento por 20 mil dólares en 10 años.
- Me sorprendes Lolo.
- Fue en un remate de un banco. Fui el tercer postor, pero los otros dos no pudieron hacer el depósito del dinero en el plazo.

Sonrie, está contento. Me muestra la casa. Es grande. Tiene 300 metros.

- Mi hijo también siente un poco de vergüenza que yo sea canillita. Será que es niño. Yo le explico que es mi negocio – me dice -, supongo que ya comprenderá. Yo me levanto a las 5:00 a.m. y trabajo de corrido hasta las 2:30 p.m., luego de 6 a 7 p.m. hago el arqueo y veo que periódicos y revistas tengo que devolver. En la tarde descanso un rato y luego salgo a hacer cobranzas. Así son todos mis días, no hay descanso. Sábados, domingos, feriados, incluso en año nuevo, incluso el día del censo, yo trabajo.
- ¿Y cuánto ganas? - le pregunto.
- En total saco un poco más de 5 mil soles – me responde.
- Es plata - le digo.
- No está mal. Además tengo 20 mil dólares en un fondo de inversión, para mi vejez. Esto no va a durar para siempre, lo veo en mis padres. Por eso yo ya me estoy asegurando. La vejez es larga, yo no tendré fuerzas toda la vida, yo creo que hay que administrar los recursos para tener una buena vejez.

Lolo no deja de sorprenderme. Con él aprendí a mirar mejor el mundo de los canillitas. Me sorprendía verlo manejar su camioneta. Él me llevó hace unos años a un evento de la Federación. Les hablé, les pregunté que por qué trabajaban así. En esos pequeños quioscos, con sus banquitas tan incomodas. Qué porque no ponían un poco más de atención a su arreglo personal. Les conté que en Buenos Aires o en Sao Paulo los quioscos eran muy grandes, que vendían muchos libros además de periódicos y revistas, que por qué no buscaban hacer lo mismo. Se lo recuerdo a Lolo. Estamos sentados en el 4D de Angamos, en Miraflores. Es que no hay visión en la federación -me responde-, y los municipios no nos quieren.

Lolo me empieza a hablar de marketing, vender no es fácil -me dice-, no lo puede hacer cualquiera. Hay que tener ángel. Yo busco hacerme amigo de mis clientes, es la única manera de mantener su fidelidad. Hay cosas difíciles, cobrar, por ejemplo. Yo doy crédito pero tengo mis técnicas para que no me metan cabeza. Primero averiguo como están mis clientes. Veo si deben sus recibos de mantenimiento en sus edificios, si pagan puntualmente, pregunto en las bodegas si gastan, los voy midiendo.

- Lolo - le pregunto - ¿Por qué la gente no los ve a ustedes como empresarios?
- No se, me imagino que es porque nosotros no tenemos tiempo de gastar nuestro dinero. Además, no nos arreglamos mucho. Comenzamos muy temprano y estamos con la misma ropa todo el día. ¿Donde nos vamos a cambiar o lavarnos la cara? Es fregado dejar el quiosco. Yo por mi lado además no soy muy alaracoso, yo soy perfil bajo.

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