viernes, 8 de agosto de 2008

Las 5:55 del 8/8/8


Nada, eso, son las 5:55 p.m. del 8 del 8 del 8. ¿Motivo para un post? ¿Por qué no? Vamos despabilándonos. Saco a pasear a Valita Libertad después de un par de días. Correlona como siempre. Yo estos días he estado concentrado en estar desconcentrado.
Algo bueno que he hecho es llevar a mi sobrina a unos baños de desintoxicación que suben la temperatura del cuerpo a 40 grados. Los tomé yo también. Hice fiebre de 40 y medio grados. Uno comienza a desesperarse porque venga la enfermera.
Mi sobrina, está con el azúcar alta. Hace dos semanas nos enteramos. Viejo fantasma familiar. Mi hermana Mariella desarrolló diabetes infantil a los ocho años. Murió hace cuatro. Tengo una deuda con un post sobre ella, su historia de vida y su historia final de amor. Gran lección de la que quiero hablar hace años.
Estuve en Bogotá, la semana de fiestas patrias. Trabajo intenso. ¿Cómo hacer que un grupo de personas se de cuenta de lo que le conviene hacer? Las resistencias, los temores, el no saber cómo hacerlo. Este ha sido mi trabajo principal en los últimos años. Demoler resistencias, dar valor a las personas, y luego demostrarles que hacer las cosas es fácil y que salvo pequeñeces que hay que aprender ya saben como hacerlas.
Lo yuca, lo difícil, lo que me exige esforzarme tanto, que a veces me llega a demoler a mi mismo, son las resistencias de las personas y sus temores. El poder de la mente. O su debilidad, no se. Sus mil excusas. Su aparente aversión a crecer. Sus trampas para no desarrollarse. La manera de inventarse fórmulas para complicarse. La obsesión por mirar atrás y congelarse, convertirse en piedra.
Pero me pregunto ¿miran atrás realmente? o ¿es que no pueden mirar ni patrás ni palante?. Tomo conciencia ahora que podría ser, más bien, como una parálisis frente a la sensación de estar parado en un pequeño apoyo al cual rodea un precipio los 360 grados. Vértigo y mucha soledad.
Entonces claro, clamas, llamas al llanto, aparece la frustración, gritas y el eco rebota porque sientes que no hay nadie que escuche.
Aunque tengas un cariño al lado, sientes que no hay nadie que te escuche.

¿No será que eres tú quien no escucha?

Pienso que mirar atrás debería ser un ejercicio de reelectura sanadora. De comprensión del por qué las personas actuaron de una manera u otra. Comprensión. Mirar atrás debería convertirse en un ejercicio de perdón y agradecimiento. Pero gana el daño, el no perdón, la necesidad de venganza.

Las conversaciones con mi sobrina Chío en el carro son muy gratas. Nos da tiempo el que tengamos que ir a Huachipa a la clínica del doctor Casanova. Ella viene a mis clases de yoga, se echa en mi cama un rato y de ahí salimos. Es tan buena y bonita. Lástima ya se va en unos días. La conversación de ayer fue acerca de la felicidad y los miedos. Tenemos suerte de que nuestros padres, los suyos y los míos, nos dieron mucho amor en nuestra infancia.

- Tío ¿eres feliz? - me pregunta - mientras manejo.
- Sí - le digo -, ¿y tú?
- Yo también - me responde -, y sonríe como un ángel.

Creo que es más fácil hacerse la vida simple cuando uno recibe amor de chico. Y bueno, aparentemente una importante cantidad de personas, no lo ha recibido. O cree no haberlo recibido. Y están todavía reclamándole a su padre o a su madre sin poder concentrarse en su presente, sin poder construir su futuro.
Las consecuencias son múltiples y en todos los ámbitos de la vida. Porque muchos no pueden confrontar sus reclamos directamente con sus padres. Y al no poder confrontar al "agresor" manifiestan su dolor, su carencia y, a veces, su venganza en cada relación que tienen. Laborales, empresariales, amorosas, en la crianza de sus hijos, en la manera como se ponen en riesgo, en la manera como afrontan sus aprendizajes, etc.

Tuve un ejemplo claro de esto hace unos días caminando y conversando con una amiga embarazada. "Casi me caigo cuando supe que estaba embarazada, corrí donde mi madre y me puse a llorar" - me cuenta-, "yo todavía quería que me cuiden" - le dijo a su madre.
La infancia de mi amiga ha sido particularmente dura. Y es eso, la carencia temprana de afecto termina convirtiéndose en una permanente y caprichosa demanda de atención. Y el disfrute y la capacidad de ser feliz de esa manera es limitado.
Me pregunto, ¿cómo podemos ayudar a los adultos a superar las carencias afectivas de su niñez?
Ya tengo que salir.

1 comentario:

MUA - Jime Lindi dijo...

sos malo...malo...malo
gracias juanito, un beso enorme.