viernes, 18 de abril de 2008

... ¿Y ahora qué hago?

- Él: ¿Cómo estás?
- Ella: Bien, ¡Todo va bien!
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Pausa dramática. La interrogada se da cuenta del peso de sus palabras, el brillo de sus ojos se diluye, la emoción se avergüenza. En segundos a esos ojos le entran las dudas: ¿Qué he dicho? ¿Cómo pude decirlo? ¿Cuál va a ser el vacilón si estoy bien?
El sigue mirándola y los ojos ya opacados de ella le dicen "no me lo merezco", se nublan, se esconden y entran por la puerta principal a la pena.
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Como si la felicidad fuese un abismo apenas se comienza a instalar en nosotros frenamos en seco y damos marcha atrás. Apenas si probamos una pizca y nos aterra.
¿Es que para poder ser felices necesitamos temple?
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¿Podrías soportar ser feliz?
¿Podré soportar ser feliz?
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D dijo ayer que estaba en paz. Y que se queda ahí, tranquila. Ojalá que soporte la paz, que la disfrute. He visto en las últimas semanas a varias amigas a las que la paz las pone nerviosas. Si me fijo bien, varios amigos se ocupan también de ponerse en riesgo.
Gargantas bloqueadas tratando de preguntar dónde aprende uno a disfrutar lo bueno, a aceptar el elogio merecido, el dinero fruto del trabajo creativo. A dónde aprende uno a emocionarse del aplauso, a sonreirse del cariño que despierta.
A dónde aprendes a perderle el miedo a la felicidad. A darte cuenta que ya no es necesario arrojar cuchillos a diestra y siniestra, ni patalear, ni hacer rabietas. Que tu vida es tuya y no de los que te hicieron daño.
Llora, llora, llora ya pasó. Ya pasó. ¿Es que uno no se da cuenta que ya hay cosas que pasaron? Que no hay razón para que se repitan.
K, por ejemplo, dice que ya está limpia. Ojalá. Cuenta que desde la adolecencia se frenó completa sólo para llamar la atención del padre que la abandonó y la madre trabajólica. ¡Atiéndanme carajo! por todo lo que no la atendieron en la infancia.
Más de dos décadas después, ya decidió retomar su vida.


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