domingo, 6 de diciembre de 2009

Un ser de orejas enormes

Un ser de orejas enormes aparece en casa. Llega. No pregunto. Acepto. Abro la puerta. Es raro ver caminar a dos orejas en un cuerpo pequeño:
- Vengo a escuchar. Por favor habla, habla y habla. Cuanto quieras, de lo que quieras, de lo que necesites. Te escucho. Te acompaño. Habla sin medirte. Bebe si quieres.
Bebo. Beber afloja la lengua. Para hablar de verdad es bueno tener la lengua suelta. La lengua es dominadada por el cerebro. El cerebro es mandón y autoritario. El cerebro castra. El cerebro es un ser contenido. Inteligente pero timorato. Si tu lengua sólo está conectada a tu cerebro, estás cagado. Si dejas que el cerebro maneje tu lengua siempre vas a hablar correctamente. Siempre correctamente, ¿pero qué ganas con eso? Por eso, la lengua tiene que estar conectada con tu alma y con tu corazón. Alma y corazón amplian la capacidad de comunicar de la lengua. Si tú bloqueas los canales con los que tu alma y tu corazón pueden hacer hablar a tu lengua puedes podrirte y no hay cerebro que te salve. Y no hay matices en tus palabras. Y no eres real. Te conviertes en un cojudo más de esos que puedes meter en una caja y vender al por mayor. Un molde repetible.

El ser de orejas gigantes ha achicado su boca para que no se le escape palabra. Ha
achicado su boca pero no sus ojos que miran atentos. Sus ojos también tienen orejas. Sus ojos miran, se conmueven, son una orquesta que acompaña mis palabras.

El ser de orejas gigantes es prudente. Se va a tiempo. Ya hizo su trabajo. Me ha dejado mejor.

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