sábado, 16 de enero de 2010

Las montañas de chocolate

Ayer mi amiga W me llevó a conocer la montaña de chocolate que está coronada por nieve. Pensé que era una pero no, vi dos montañas. Y es loco porque, en realidad, pudiese ser que existiesen más... tres, cuatro, cinco montañas. Podría haber un valle de montañas de chocolate cubiertas con nieve de vainilla y la nieve cubierta por una capita de chocolate adicional.
Observar el paisaje es ya maravilloso. Pero más maravilloso es adentrarse en él. A punta de caminar sobre la montaña uno descubre en un momento que ésta se hunde, que tiene fisuras. Podría entrarte miedo, pánico, podrías pensar que te vas a desbarrancar. Pero no, es una montaña tan blanda como el corazón del Chapulín Colorado que es imposible asustarse. Y oh montaña generosa!, uno puede acceder a su interior.
Y cuando uno accede al interior de la montaña descubre que existe dentro de ella una corriente subterránea de chocolate espeso. Puedes beber de esa fuente. Aplacar tu sed. Puedes incluso perder el pudor.

Es asombroso como uno, en estos tiempos, todavía puede descubrir cosas en la naturaleza.

Y yo que, más temprano, había hecho sudar a un pez espada. Sin maldad, pero a punta de ejercicios lo había hecho llorar entre cebollas, arder en ají amarillo, sonrojarse hasta el tomate. Y que en vez de llevarlo tomado de la mano de papas y arroces, había llevado al pecesito por entre una selvita colorida y ligera.

Pero así es pues cuando conversas de las cosas que se pueden hacer. Y W, que ha hecho muchas cosas admirables, puede aún sorprendernos con más. Mucho más cosas todavía. Como si recién empezará a caminar.

Y entonces claro, cuando uno descubre todas esas cosas aparecen como por arte de magia las montañas de chocolate.

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