jueves, 21 de enero de 2010

Ayuno Día II

Hoy es mi tercer día de ayuno y, lo he logrado hasta ahora :o)!!. A mi aparato digestivo no ha entrado ningún sólido desde el lunes a las 5 de la tarde. Agua de papa (la hago riquísima), agua mineral sin gas y un par de tasas de café sin azúcar por día.

Pero vamos por partes y sin cantar victoria, que el tema cada vez se pone más difícil. Ayer comencé el día temprano a pesar que me acosté tarde.

Hago un recuento: el primer día de ayuno me cargó de energía. Trabajé mucho desde temprano y por la noche, como seguía sin sueño, escribí para este blog y el de la www.mula.pe (2mil32), así que mi jornada del martes acabó en realidad el miércoles a la 1:30 a.m.

Ayer, miércoles, comencé mi jornada laboral a las 5 a.m. Es decir, el ayuno no me generó más sueño. Y aproveché porque tenía que entregar los guiones de unas charlas que debo dictar la próxima semana en Los Olivos, calzar y delegarle a R el trabajo de coordinación de las fechas de otros seminarios que debo dictar a partir de febrero en varios pueblos de pescadores de la costa, ir a una reunión para un trabajo que estoy acabando sobre el problema del alcoholismo en algunas comunidades de la selva; para finalmente, concluir mi jornada laboral afinando con el equipo de la empresa que me contrata, las presentaciones de la próxima semana en Los Olivos.

Comencé a las 5 a.m. y terminé todo esto a la 1 de la tarde. Bien. Hasta ahí, bien.
Claro, en la reunión de la selva apareció Satanás con unas galletitas que felizmente no toque. Un café al que no eché azúcar, etc.
Pero ante mi osadía, Sátanas mandó en la tarde una prueba de fuego: recogí (por fin, perdón por la demora y gracias por insistir) de Radio Capital mi "canasta navideña" (dos cajas grandes llenas de productos de esos que vienen en una canasta navideña). ¡Miércoles! ¡Qué tentación! Jajaja ¡y qué tortura en estos días!, un par de bolsas de manjar blanco que me activaron mis ganas de comerme unos panqueques, galletas, ravioles, fideos, lasagnas y bolsas de salsa roja, cantidad de latas de duraznos, peras, piñas, frutas varias al jugo, panetones, vinos, una caja de Vizzio,... a varias de esas cosas si no hubiera estado en ayuno le hubiera dado vueltas.
Pero resistí a ese ataque diabólico gracias a que decidí irme a la playa a aprovechar el sol que salió ayer.

Pero, ante este ataque visual pantagruélico, mi estómago y mi cerebro reaccionaron mal. Rumbo al sur he tenido tentaciones de parar en panaderías y cafés para empujarme alguito.
Debía comprar agua y en la carretera pensaba si comería o no cualquier grasada en bolsa mientras compraba el agua. Dejé pasar varios grifos para evitar la tentación y en el que finalmente decidí parar, ¡diablo de nuevo! Había un mostrador de panadería y estaba recontra bien surtido.

Asceta. Se me acaba de venir esa palabra a la cabeza. Bueno, creo que finalmente, ayer me comporté como todo un asceta. Sólo compré dos botellas de agua mineral sin gas y a la playa.

La playa elegida estaba con gente y repleta de vendedores alegres por el sol y las ventas. Tampoco eramos tantos bañistas pero había su gente y la gente estaba con ganas de gastar. Pasaban con cervezas, platos de cebiche y jaleas, heladeros, hasta alguien que gritó ¡tamalitos! ¡tamalitos! uff!.
Pero nada. Asceta. Con todas las tentaciones pero asceta. Me salvó una cosa probablemente: dejé la billetera en el carro.

Llegué a mi casa y yo había desembalado todas las cosas de las cajas navideñas de Radio Capital pero no las había guardado. Craso error. Estaban todas las cosas sobre los muebles de la cocina para ser guardadas. Y yo me moría de hambre. Y no tenía agua de papa (mi desayuno, almuerzo y cena) hecha.

Y son treinta minutos que tiene que sancochar la papa.

Asceta. No abrí ni un paquete de galletas. Ninguno de los panetones. Ninguna de esas latas de frutas al jugo que me hubieran caido tan bien. Asceta.

Felizmente que había llamado a Lourdes para que me haga unos masajes. Felizmente que se me ocurrió como mecanismo compensatorio. Y ella llegó a las 7:20 p.m. y me salvo, y me dejó con sueño y entonces, luego de mis dos últimos vasos de agua de papa, me dormí a las 10 p.m.

No fue fácil mantenerme en el ayuno ayer. Además el sol, la playa y el agua de mar dan hambre. La cosa con el hambre es así: en la mañana todo es más fácil. Pasa una hora y ya no tienes problemas, resistes bien. El problema de las necesidades de llevarse algo a la boca se acrecienta por las tardes y en las noches. Tu cuerpo pide. Si no le das, al rato igual se calma, pero luego vuelve a pedir. Y tu cerebro, que está programado para activar tu conciencia tragona trabaja llamándote la atención. Pero se puede. Uno puede mantenerse dos días a punta de agua de papa. Y seguir trabajando normal.

Listo, hoy ya es el final. Me comprometí con Chío a tres días de ayuno. Le quiero sacar la vuelta pensando que oficialmente tres días sin comer se cumplen a las 5 de la tarde de hoy. Pero creo que esperaré a mañana para comer algo sólido. ¿Podré?

Mi jornada laboral es más relajada hoy. Igual he llamado a Lourdes para que me haga masajes también hoy. Drenaje linfático toca. Ese ayuda a eliminar las impurezas de la sangre (o algo así). Y tengo mi taller de Improv Comedy en la noche. Ahí tengo que corretear y estar mosca. Me vendría bien comer algo antes. Ya, ya, ya. ¡Fuera diablo, fuera!
Agua de papa bendita, flor de desayuno, allá voy.

Las mañanas son más tranquilas respecto al hambre.

martes, 19 de enero de 2010

Ayuno

Hoy es mi primer día de ayuno. El último sólido lo ingerí hace más de 24 horas. Estoy acompañando a mi sobrina Chío que está alta de azúcar. Su médico, el doctor Casanova, le ha pedido que ayune y luego pase a una dieta de alimentos crudos.
Chío tiene el azúcar alta desde hace un año. Para la medicina occidental, es diabética. Para la medicina occidental debería inyectarse insulina. Volverse insulino dependiente. Para nosotros tiene el azúcar alta.
Su madre -mi hermana-, su padre y ella, han decidido hacer un tratamiento alternativo. Yo estoy contento con esa decisión. La mayoría de nosotros, estamos contentos con esta decisión. Nuestra familia sabe muy bien lo que es ser insulino dependiente.
Mi hermana Mariella fue insulino dependiente desde los ocho años. Ella murió hace cinco. Contenta porque luego de una vida con rabia encontró el amor meses antes de entrar a hacer diálisis, cinco o seis años antes de morir. El amor de su vida fue Gastón. Que, por otros motivos, también hacia diálisis. El amor brotó en las salas del hospital Rebagliati. Gastón murió un año y un mes después que mi hermana Mariella. Pero esa es otra historia que les contaré algún día. Espero pronto.
Lo menciono esta vez porque las decisiones de mi familia en este momento tienen que ver con nuestras vivencias del pasado. Y Chío las conoce perfectamente. Y de esa historia saca fuerzas para enfrentar el fregado proceso de cambiar de rutina por un tiempo. Hasta que el azúcar vuelva a sus niveles normales.

Chío debió venir ayer para pasar una temporada en mi casa. Pero una amiga suya que vino de Argentina sufrió una diarrea colosal y no viajó el domingo de vuelta a su tierra. Entonces, Chío está con ella de anfitriona. Habíamos quedado en hacer juntos el ayuno. Aquí en mi casa. Entre dos es más fácil. Podíamos habernos reído con el concierto de nuestras tripas hambrientas. Conversado mucho rato de este pequeño esfuerzo que significa que el cuerpo se estabilice. Pero no se ha podido. Ella comenzó su ayuno ayer, yo, he comenzado hoy.

No comencé ayer porque no sabía como era el asunto del agua de papa. Sucede que durante estos días sólo podemos tomar agua de papa y agua mineral sin gas. Yo no sabía cual era la receta del agua de papa. Es decir, cuantas papas, cuanta agua, cuanto tiempo se hierve. Podrías pensar que son sonseras. Pero si te pones en nuestro lugar y piensas que lo único que entrará en tu sistema digestivo es agua de papa durante tres días, entonces perdonarás que haya buscado la receta perfecta.

Hoy comencé sin receta perfecta. Y casi sin papas. No he tenido tiempo de ir al mercado y me la he bancado todo el día con agua de sólo tres papas. No mucha agua, para que no salga tan aguada. Ríete. La mucha chamba que tengo en estos días, tuve que llevar a arreglar un artefacto eléctrico y el técnico me salió parlanchín y una visita a mi madre que me pidió que la jale a comprar plantas, tierra para macetas y una maceta. Los tiempos se apretaron y no fui por la papa.

Pero hablé con mi madre un rato. La madre de Mariella y la abuela de Chío. Mi madre. Pensarás que no es necesario que te lo remarque, pero lo es. Mi madre es la persona que menos soporta este proceso. Porque con la dieta, que ya lleva un año, Chío ha bajado mucho de peso. Y ahora último los exámenes señalan que su prolactina está baja. Entonces mi madre se cuestiona este tratamiento alternativo. Y con sus dudas, abre fisuras innecesarias. Entonces aproveché en hablar con ella.

- Mamá, no te estás dando cuenta pero estás saboteando una decisión. La madre ahora no eres tú, es Rocío. Tienes que respetar el camino que ellas han elegido.
- Pero Juancito, Chío está muy flaquita.
- Todos sus exámenes están bien. Sólo la prolactina está baja. Y el doctor ni caso le ha hecho a eso. Para él la prioridad está en bajar el azúcar. Yo estuve en la consulta.
- Es que está muy flaquita.
- Mamá, son sólo unos meses que tiene que seguir la dieta de manera estricta. Tú no puedes ser la que sabotée todo esto.
- Si pues.
- Es un año de esfuerzo. Como un entrenamiento de alta competencia. Como un curso intensivo, como una maestría. Justo hoy hablé con una señora que me contó que su sobrina le diagnosticaron diabetes a los 14 años y se curó, tiene 23 y ya no tiene azúcar alto.

Comprendo a mi madre. Comprendo sus temores. Temores de familia.

Y entonces acá estoy. En ayuno. Chío debió estar acá. Es más difícil acompañarnos a la distancia. Pero no quiero sacar los pies del plato. Faltan dos días. Chío está más en su cama con cara compungida. Es su segundo día. Para mi ha sido recién el primero ¿Cómo estaré mañana?

Debo decir que Chío nos está dando la oportunidad de revisar nuestros hábitos alimenticios. Y de confrontarnos con todas las cosas que se movilizaron cuando éramos niños y apareció la diabetes en casa. Debo decir que por salud me provoca este ayuno. Que me vienen bien un par de kilos menos. Que incluso me divierto viviendo esta pequeña tortura.

¡Gracias Chío! Aunque hemos debido armar el concierto de tripas juntos.

sábado, 16 de enero de 2010

Un mordisco de amor para el corazón

María, la hija de Manuel Medina y ella, la mamá y profe de María, o sea Manuela Medina. Mujeres canarias. Es decir de Islas Canarias que tuve la suerte de tener en casa unos días antes de su viaje de regreso a España.

Te quiero de Benedetti. Ellas cantaban en mi casa unos días después de la muerte del poeta.

Las montañas de chocolate

Ayer mi amiga W me llevó a conocer la montaña de chocolate que está coronada por nieve. Pensé que era una pero no, vi dos montañas. Y es loco porque, en realidad, pudiese ser que existiesen más... tres, cuatro, cinco montañas. Podría haber un valle de montañas de chocolate cubiertas con nieve de vainilla y la nieve cubierta por una capita de chocolate adicional.
Observar el paisaje es ya maravilloso. Pero más maravilloso es adentrarse en él. A punta de caminar sobre la montaña uno descubre en un momento que ésta se hunde, que tiene fisuras. Podría entrarte miedo, pánico, podrías pensar que te vas a desbarrancar. Pero no, es una montaña tan blanda como el corazón del Chapulín Colorado que es imposible asustarse. Y oh montaña generosa!, uno puede acceder a su interior.
Y cuando uno accede al interior de la montaña descubre que existe dentro de ella una corriente subterránea de chocolate espeso. Puedes beber de esa fuente. Aplacar tu sed. Puedes incluso perder el pudor.

Es asombroso como uno, en estos tiempos, todavía puede descubrir cosas en la naturaleza.

Y yo que, más temprano, había hecho sudar a un pez espada. Sin maldad, pero a punta de ejercicios lo había hecho llorar entre cebollas, arder en ají amarillo, sonrojarse hasta el tomate. Y que en vez de llevarlo tomado de la mano de papas y arroces, había llevado al pecesito por entre una selvita colorida y ligera.

Pero así es pues cuando conversas de las cosas que se pueden hacer. Y W, que ha hecho muchas cosas admirables, puede aún sorprendernos con más. Mucho más cosas todavía. Como si recién empezará a caminar.

Y entonces claro, cuando uno descubre todas esas cosas aparecen como por arte de magia las montañas de chocolate.

lunes, 11 de enero de 2010

Las estrellas y el miedo irracional

Mi amiga Wendy se entera que me voy a Isla de Pascua y exclama ¡Mi isla favorita! y pasa a darme una serie rápida de consejos. El principal: coge un carro en la noche y anda donde no haya luz y mira las estrellas.

Woow
Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche porque encima de otro coche no pueden lucir tan bellas - dice Silvio Rodriguez - y es verdad.
Cogí un coche y me fuí 20 kilometros lejos del pequeño poblado de Isla de Pascua. Había estado ahí más temprano por la tarde. En la playa. Y volví a las 11 de la noche.
Isla de Pascua está en medio del océano. Y en medio del océano no hay luz eléctrica. Salvo en el pequeño poblado que tiene la isla. Pero estaba ya bastante lejos de él. Llego, bajo del auto, miro el cielo. Nunca vi tantas estrellas. El fondo oscuro del cielo y las lucecitas de las estrellas poblándolo. Increíble.

Estrellado por mis miedos
Pero no todo es perfecto. Mierda mis miedos. Estaba solo. A oscuras. Las estrellas sí, pero a oscuras. No saqué linterna. No llevé linterna. Tenía las llaves del carro. Las luces del carro pero era un despropósito prenderlas. Pero los ruidos de pasos ¿Miedo a qué Infante? ¿A los ladrones? ¿Qué ladrones huevón? Pero esos ruidos me hicieron volver al auto. Prendo las luces. Un perro se había echado al costado del auto. Amo a los perros. Pero claro. El miedo. No lo llame. Tonto yo, debí entablar amistad con él. Como siempre hago con los perros.
Solo lo dejé tranquilo y volví a apagar las luces. A mirar las estrellas.
Más ruidos. Otra vez el miedo. Tamare!
Pasos de caballo.
¿Miedo a qué? Mira las estrellas. ¡Mira a las estrellas Juan! Pero el miedo me lleva de vuelta al carro. Abre el carro. Mete la llave. Has contacto. Todo apresurado. Prende las luces. Un caballo sin jinete. ¡Miedo a qué huevón!
Más temprano Pa me había dicho. Maneja con cuidado.

En Isla de Pascua somos 5 mil personas y 7 mil caballos. Los caballos andan sueltos.
No le tengo miedo a los caballos.
Me encantan.
No le tengo miedo a los perros. Tampoco le tengo miedo a las personas. Pero la mezcla de oscuridad y ruidos me generan al parecer algún tipo de miedo que - aunque creí que ya no existía - se, ahora, que aún está ahí.
Pero sigo, intentando, apago las luces y continuo con el espectáculo que me regala la naturaleza. Las estrellas.

Y pienso en el pasado.

En los miles de años donde no había luz eléctrica y la vida transcurría con su espectáculo nocturno ¿Cuánto puede enseñar mirar las estrellas? ¿Cuánto conocimiento al alcance de cualquier ojo y cuantas sensaciones hemos perdido? ¿Cuánto enseña el silencio, la ausencia de ruido?

Pero ahí estaba el puto miedo no dejándome disfrutar del todo. Miedo absurdo. Risible pero incontrolable. Miedo castrador ¿De dónde vienes? Hollywood y Tiburón. Hollywood y el hacha por la espalda. Películas absurdas ¿serán ustedes la causa de estos miedos?
Y recuerdo mis miedos infantiles a la oscuridad. A cruzar el pasadizo que llevaba a mi cuarto. De niño las distancias mínimas pueden parecer grandes. Tuve miedo a la oscuridad de chico. Ese miedo me acompañó hasta un viaje a Obrajillo con mis amigos de la facultad de Artes de la Católica. Recuerdo que fuimos caminando hasta Canta y regresamos tarde. De noche. Uno tras de otro, en colita. A oscuras adivinando el camino. Jajaja. Ahí estaba el miedo. Aún con gente tuve miedo. Hasta que llegamos al campamento.

Los miedos impiden el disfrute. En Pascua no hay asesinos ni asaltantes de caminos. No hay lugar para desconfiar. O sea: un asalto con ataque físico sería una cosa novedosa en la isla. Pero eso no importa. El espectáculo de la naturaleza versus esos miedos. El subconsciente.

Y ahí estuve yo perdiendo la batalla. No pudiendo bajar a la playa para echarme un rato sobre la arena a contemplar las estrellas. Para disfrutar de ese espectáculo que es tan difícil tener en otros lugares de la tierra. La tierra que está ya convertida en un gran foco.

Te admiro Thomas Edison pero no admiro el uso y abuso que hoy hacemos de la luz eléctrica.

Así que nada. El cuento termina conmigo derrotado. No soporte este miedo. No duré mucho a oscuras. Diez minutos, quince minutos con dos interrupciones. Y de vuelta al coche. Al camino de regreso. A la seguridad absurda del coche. De la luz eléctrica. A mi cabaña con sus focos. Al libro que leía. No me atreví a vivir una historia superior. No me atreví a la contemplación del espectáculo de la naturaleza. Probé sí, pero no me entregué. Tuve miedo y me regresé. ¿Cúal es la locura? ¿Quedarse o regresarse?

">